miércoles, 17 de junio de 2015

Ojalá todos los hombres con los que alguna vez he compartido cama, besos o risa, se hayan fijado en las cositas pequeñas en las que en tan poco tiempo te has fijado tú. 
Ojalá se hubiesen fijado en lo bonito que escribo o en lo bien que podría escribir sobre ti.
Ojalá todos y cada uno de ellos me hubiesen ofrecido una noche de fiesta asegurándome volver a casa cuando ya fuese de día para prepararme un zumo de naranja natural y traerme así el desayuno a la cama, al sofá o a la mesa del salón.
Y es que daría igual el lugar, te bastaría con hacerlo bonito.
Y lo harías.                         
                                                             
Créeme cuando digo, cuando te digo, que eres bueno. El más bueno de todos. Y es que no me importaría poner las manos en el fuego a doscientos cincuenta grados para comprobarlo. Porque sé que no me quemaría, sé que ni siquiera notaría el calor.

Es por tu sonrisa, por todas y cada una de las veces que me has sonreído y me has hecho sentir mejor.
Por las veces que nos hemos mirado.
Por tu mirada tan llena de bondad - he visto cómo miras a ese perro tan bonito en tus fotografías (va a ser verdad eso que dicen de que se parecen a sus dueños); y ojalá todo el mundo mirase con tanto amor a los animales -. Es por la tranquilidad que transmites con tus abrazos, por la fragilidad con la que me tocas cada vez que simulas un masaje en mi espalda (todos ellos pendientes) y por lo mucho que te esfuerzas en recordarme que he sido de las mejores personas que has conocido en este nuevo año, por lo que me convenzco cada vez más de lo mucho que tienes por dar y de lo mucho que has dado pero quizás no te hayan devuelto como deberían haberlo hecho.

Que no se te olvide que has sido un gran descubrimiento para mi en todas tus facetas.
Al menos, en las que he conocido.
                                                               
Y lo que no se me debería olvidar a mi decirte, es que tienes un corazón enorme.
Volvería a poner la mano en el fuego.
Incluso la impregnaría de gasolina aún corriendo el riesgo de saltar por los aires.
Sé que no me quemaría.
Cuídalo, porque no me gustaría que nadie lo hiciese pedacitos.
No lo mereces, así que no debería sucederte nunca.
Seamos ilusos.
(Y digo lo de ser ilusos porque desgraciadamente a todos nos rompen el corazoncito alguna vez; aunque no lo merezcamos).

Por lo tanto, recuerda: si me pides algo, si necesitas algo, yo lo haré. Estaré.
Y no hará falta que me debas una ni dos. Nada.

Sólo recuerda que las buenas personas se extinguen y tu no deberías extinguirte nunca.
Recuerda que por un tiempo pequeño,
quisimos más.           
Recuerda que en este tiempo,
nos hemos conocido.
Y yo no sé que planes tendrá el destino para mi, pero de momento te escribo.

Para terminar, podría describirte la ternura que me provocas, lo a gusto que me siento contigo o decirte que esto no es una declaración de amor, pero...

Me has pedido que me inspirase contigo.
Y yo he decidido escribir sobre ti.




Escrito por Cintia del Campo Gómez.